miércoles, 6 de junio de 2007

Retal


ESTAMOS PERDIENDO EL NIDO
Griselda López

Los niños van creciendo y crecen las ciudades y mueren las palomas y las fábricas crecen y crecen las cadenas y el hombre se nos pudre. Galeano

En 1977, instalé mi residencia en un edificio de San Francisco, el elevador me condujo hasta un elevado piso donde tengo treinta años de vivir. Desde esa altura, en un enorme y precioso balcón, he contemplado la transformación de una parte de la ciudad, especialmente del Corregimiento de San Francisco de la Caleta. La vía Porras era de dos paños y en las madrugadas silenciosas una escuchaba el canto de los gallos y podríamos contemplar la cantidad de pájaros sobrevolando las hermosas arboledas y los techos de tejas de los chalets que con su color rojizo hacían un contraste en el verdor característico de esta comunidad. Poco a poco vÍ como la ciudad crecía, madurando de acuerdo a sus necesidades. Desde allí observé como surgió Marbella y me privó de la vista del Casco Viejo, la Presidencia de la República y el hermoso contorno de la Bahía de Panamá. Punta Paitilla creció desmesuradamente, y luego Punta Pacífica ocupó el espacio del aeropuerto, bloqueando casi totalmente la vista al mar y la mirada hacia los barcos detenidos a la entrada del Canal.

El crecimiento urbano para cada ciudad es diferente, aunque las etapas primarias siguen patrones similares. La geografía, la historia y la economía de cada ciudad afecta la manera y el tamaño en que la ciudad crece. El crecimiento de la población ha sido el mayor factor en el crecimiento de las ciudades en países en vías de desarrollo, mientras que las ciudades de países desarrollados han crecido a su actual tamaño por la migración rural-urbana. El crecimiento económico mundial ha afectado el crecimiento urbano. Finalmente, se añade una dimensión extra por un fenómeno reciente de migración urbana-urbana y migración internacional.

Pero en Panamá, sucede al revés. Es la invasión de personas y de capital foráneo, la que ha diseñado a la nueva ciudad. Es la que permite sin compasión que se destruyan, promedio de tres a la semana, lugares y casas que han sido obligado referente histórico para nuestra población. Una periodista extranjera me señaló, que parecía que hubiésemos salido de una guerra y estuviésemos, reconstruyendo con urgencia, la ciudad.

Pero por qué somos tantos los que nos dolemos y extrañamos a la ciudad en que vivimos y nos duele la ciudad de cemento y aire acondicionado que amenaza bloquearnos con sus muros fríos y rígidos? Es que las ciudades se construyen con tiempo, con amor, con pausa, con vida. Porque en ella habitan las familias, los amigos, y los amores de buena parte de la vida, los temores y las esperanzas, los buenos y malos recuerdos, los lenguajes perdidos y encontrados en el devenir de la vida y de la muerte, lo público y lo privado, lo bueno y lo malo.

Estamos despojando a la ciudad de sus lenguajes, de sus iconos, de sus secretos, de su historia. Estamos perdiendo el nido. Es una nueva colonización con un rostro extraño, múltiple, difícil de ubicar.

No es estar en contra el progreso. Sólo que me pregunto cómo se van a llenar los cajones que se construyan en los dos edificios que estarán junto al mío, en los tres que dentro de dos meses empezarán a construirse enfrente, lo que se repetirá de cuadra en cuadra en los sitios más emblemáticos y valiosos de la Ciudad de Panamá.

Esta es una ciudad que solamente quedará en el recuerdo. Los historiadores, periodistas, cineastas, fotógrafos, escritores tienen que apresurarse a escribir sobre ella, a recoger sus imágenes, a volverla a reconstruir, esta vez con palabras e iconos, para que quedé en la memoria y pueda ser reencontrada por los que vendrán. Un día saldremos a la calle y nos preguntaremos: dónde estamos? ¿En que laberinto mágico se nos perdió la ciudad y el ayer?